«No, no, de verdad. Dime lo que quieras»,
dices humildemente,
«Critícame el poema como te parezca.
Destrózalo si es preciso.»
Y entonces te dice que aquí pondría un punto,
no una coma, que esta frase de aquí
no termina de funcionar,
que dónde está la eficacia de los encabalgamientos,
que faltan adjetivos, metáforas,
que faltan adjetivos, metáforas, poesía,
que no se qué de la estructura
que sería mejor si fuese de aquella otra manera,
y etcétera. Y mientras él habla,
tú frunces, concentrado, el entrecejo
y paseas la mirada entre sus ojos y el texto
—tu texto— que pende de su mano
como un pedazo de res de un gancho en un matadero.
Y cuando acaba, de tu boca sale un simple «Ajá»,
mientras que lo que te gustaría realmente decirle
con exactitud es «¡Trae acá mi texto!
¡Te voy a dar yo a ti poesía y estructura!
¡Ni puta idea! ¡Eso es lo que a ti te pasa!
¡QUE NO TIENES NI PUTA IDEA!»
________________________________________________________________________________